jueves, 8 de septiembre de 2011

SU NALGA DERECHA

Esa muchacha traviesa,
Coqueta y sin penas aparentes,
Me alegraba las noches.
Varias madrugadas dormimos juntos,
Siempre alcoholizados.
Cómplices, de puntillas,
nos separábamos, luego,
mientras mis padres aún roncaban.

Aquella mañana,
La resaca explotaba en mi cabeza,
Yo redactaba un informe
Y ella daba vueltas entre peluches y almohadas.
Simplemente se inspiró en un mensaje de texto
Sonando melodiosa e inolvidable:
“Jum…jum…jum…
Tengo en mi nalga derecha una marca de tu mano
Y está rojo…
jum…jum…jum…
Muak…muak…muak…
Muak…muak…muak…
Muak…muak…muak…”
Cada vez que pienso en ella,
primero aparece su nalga carnosa, marrón y enrojecida
En tanto Mi corazón azul,
dibujado por sus plumones,
se exalta al ritmo de sus vibraciones,
como una risa a punto de convertirse en carcajada.

Iquitos, 23 de julio de 2011

Humberto Saldarriaga

UN OVNI

La noche de ese lunes, todo estaba solitario o sólido como dicen algunos amigos piuranos. Terminé las clases como a las 7 de la noche, caminé por los largos pasillos de la Universidad, en dirección contraria a la salida, hacia el Oratorio.
Mientras avanzaba, me crucé con muchos colegas que al parecer por la expresión de sus rostros sólo querían llegar a casa y dormir, ni siquiera llegar y ver televisión, o llegar y comer, sino sólo dormir, algo así como hacer una elipsis y borrar ese día que pesaba en los hombros, en los ojos, en la columna y en la cabeza. Yo tampoco salía de muchos ánimos, más de fuerzas que de ganas iba a rezar unos
padrenuestros y a meditar un momento. Era una costumbre diaria visitar el centro de oraciones, por lo general lo hacía a media mañana, entre clases, pero aquel lunes se me había pasado el día. Era sola mi alma, entre estatuas de miradas fijas, velas encendidas y dos luces de fondo, había penumbras por todos lados, procuré orar lo más rápido posible. Cuando salí, el viento arreciaba y las luces blancas de los pasadizos, se volvían tenues ante la oscuridad del piso y de la luna nueva. Los algarrobos se movían con un frenesí aterrador. Me coloqué los audífonos y el hip hop me hizo olvidar por un momento la desazón de la soledad y el estupor del miedo.
En mi pensión de alimentos, los ánimos también estaban caídos. Las empleadas atendían de mala gana, Flor servía los platos sin esmero, sin la estética acostumbrada, desequilibrados en contenido, para algunos rebosantes y para otros lo contrario, sin embargo nadie tenía intención de quejarse, todos rumiaban la comida, masticando resignadamente. Particularmente ese día, los platos no eran de mi agrado, pues me habían servido sopa de fideos como entrada, de segundo: hamburguesa de carne con menestra de alverja y arroz. Y de Postre: gelatina. Para tomar había limonada que estaba muy simple.

En la televisión no había ni siquiera partidos de fútbol que merecieran la mínima atención. Canela la obesa perra de la casa se lastimó con una trampa para ratas cuando intentaba comer un trozo de carne que había caído del mortero, el señor Smith estaba irascible y recriminó de malhumor a todas las empleadas por el descuido. Era la primera vez que veía conducirse de esa manera al amigable tío Smith.

De regreso a la habitación que alquilaba, en el tradicional y universitario barrio de Santa Isabel, no encontré ni a vecinos ni a compañeros de clases a quien saludar como era costumbre de todos los días, algunos papeles revoleteaban por la acera, la luz de los postes era amarilla y triste, hacía daño a la vista. A pesar que era una zona tranquila, sentí miedo de que me asaltaran. No llevaba una cantidad de dinero considerable en el bolsillo, más bien, sí llevaba algunos cientos de soles invertidos en libros especializados en mi carrera. Apuré el paso y poco antes de llegar a casa, volteé y sólo choqué mi campo visual con las paredes inmóviles, los rumores que me asustaban venían del viento, de ese viento frío y violento de Octubre. Una vez adentro, todo estaba oscuro, no me salió a recibir Archie con sus mordiscos, ni Anita con su cálido saludo, la chica que alquilaba el cuarto de abajo tampoco lanzaba gemidos desesperados de excitación. Tuve flojera de encender la luz de la escalera, sin embargo a mitad de camino el cuerpo se me escarapeló, subí deprisa, y el susto me pasó de súbito al sentir los sollozos de Anita, encerrada en su cuarto, se ponía así cada vez que tomaba. Últimamente lo hacía muy seguido. Mi vecino Jaime no se encontraba, pues no se le escuchaba su sonrisa escandalosa. Entré a mi habitación, encendí la luz, me desparramé en la cama, revisé mi celular y quedé seco dormido con todo lo que tenía puesto.

Tres horas después, me despertó Jaime con su amigo Epson, ellos tampoco tenían ganas de avanzar con los quehaceres universitarios, lo que sentíamos era algo como parecido a las náuseas, una sensación de desagrado que “quizás viendo una película se nos pasaría”, lo sugirió el tímido Epson. Sin embargo, todo los dvds que tenía ya los había visto. Sólo me quedaban dos, pero eran historias muy densas, sobre racismo y cine afroamericano, queríamos algo más ligero. Ellos habían interrumpido la elipsis de pasar de un día a otro, me habían quitado por completo el sueño.

Recordé que Pajares, un compañero de clases, siempre me pedía películas para intercambiar, él se había especializado en temática juvenil. Supuse que los jóvenes ofreceríamos historias más frescas, así que lo llamé y le ofrecí lo último que tenía. Él me comentó que había conseguido una que se llamaba “Good bye Lenin”, acepté. Él aún no la había visto, pero igual me la prestaba: “¡Cómo hacemos? ¿vienes a la pensión?

“No, brother, estoy cansadaso, ha sido una mierda este día, más bien vengan ya que quiero jatear”
Pajares, también era pensionista y vivía en la urbanización contigua. Entre la suya y la mía nos separaba la carretera Panamericana, una estación de servicios conocida como el Mega y al costado un descampado oscuro de unos 400 m2 lleno de algarrobos, botellas de cerveza vacías y envolturas de comestibles. Y es que la gente llegaba a diario al Mega con su carro a hacer bullla y tomar licor. Había noches en las que no se podía ni caminar con lo abarrotado que estaba, a veces habían grescas, llegaba el Serenazgo, la policía y la fiscalía y se acababa la diversión. Con todo eso, el Mega continuaba siendo el sitio preferido para prolongar celebraciones o por el simple hecho de tomarte una chelita cualquier día mientras la ciudad dormía, los universitarios lo preferíamos, antes que ir a las discotecas, era más económico. El caso raro, era que ese lunes no había ni un carro estacionado, al ingresar a su minimarket, fuimos los únicos, compramos algo de beber, unos chocolates y salimos. La urba de Jorge, tenía un lado enrejado y otro no, el más cercano al Mega era al que le habían reforzado la seguridad. Para no dar la vuelta, decidimos cortar camino por el pampón y tocar la reja hasta que Jorge, que habitaba en la primera casa, bajara renegando a entregarnos la película ofrecida.

Íbamos hablando de vaguedades, si fulana de tal estaba buena, de las nuevas relaciones universitarias que surgían u opinábamos quién era la más bonita del salón, cuando de pronto una luz como la de un reflector inundó el pampón. Quedamos inmóviles, las frases se dejaron de articular, nosotros estábamos en el centro de esa luz. Sentí que alguien me hablaba en mi idioma, era como la voz de un pensamiento que me invitaba a subir, era una voz cordial, pero extraña, como lejana. Sin preguntarle quién era y para qué quería que subiera, acepté mentalmente. Sentí un calorcito parecido al del verano. La intuición me informaba que no íbamos ni a Jupiter, Marte, Neptuno o Venus, sino que saldríamos de la galaxia. Todo fue muy rápido, sentí un impulso que me jalaba hacia arriba y puse resistencia, me dio miedo y me negué, repito: todo mentalmente. Sin más, la luz desapareció. Todo volvió a la oscuridad. Estuvimos en pausa por algunos segundos para luego recobrar el movimiento… Avanzamos unos pasos sin decir palabra, hasta que me quise sacar la duda si ellos también lo habían vivido: “¡qué fue eso?” Efectivamente lo habían presenciado, pero aún no se la creían. Agotamos las posibilidades con el transporte aéreo y otras hipótesis que no tuvieran que ver con OVNIS y no encontramos explicación. Cotejé y sólo yo había sido invitado por esa voz cordial, pero lejana. Ellos sólo recordaban estar inmovilizados por una luz. El camino hacia el enverjado, se hacía eterno. Saqué el celular para decirle a Jorge que bajara a abrirnos. No tenía señal. Con miedo aún, gritamos en coro su nombre y tocamos el intercomunicador desesperadamente. Algún vecino nos hizo callar.

A Jorge le contamos lo sucedido. Nos preguntó si habíamos fumado marihuana a manera de burla. Recogimos la película y volvimos a mi pensión por el lado sin verjas. En la casa, Anita se había quedado dormida y Archie husmeaba por la rendija del cuarto para sentir nuestro olor, mientras emitía ladridos. Pusimos la película e hicimos una pausa. Nos pusimos a reflexionar sobre lo acontecido, recordamos anécdotas de familiares y eran muy pocas. Así que decidimos hablar sobre fantasmas. ¿En qué momento fue que nos quedamos dormidos? Que desperté y me encontré en medio de mis compañeros, aún dormidos, acurrucados en mi cama de plaza y media. Sentí calor. Miré el reloj, era momento para levantarse, alistarse e ir a clases, ya ese lunes gris, triste, bizarro había pasado. Hacía sol, parecía que este martes sería mejor.
A veces pienso, si es que me hubiera ido…lo más probable era que hubieran experimentado conmigo, quizás me hubieran puesto la cabeza de un león o de un ratón y las piernas de un habitante de otra galaxia. Quizás, estuviera surcando los aires con mi platillo espacial, acompañado de mi novia marciana. ¿Podría regresar las veces que quisiera a la tierra? O simplemente mis órganos y partes estarían repartidos en decenas de experimentos y, aunque pocos me creen esta anécdota, mejor que no acepté, quizás no viviría para contarlo.

Iquitos, 11 de mayo de 2011

lunes, 9 de mayo de 2011

"LA PEQUEÑA"

A la Pequeña le encanta la leche y corretear por la sala, cuando se cansa, la puedes encontrar en el sillón del cuarto de visitas, mirando a la nada, acariciando la muñeca que usaba mi madre. Hace poco, la vio la nieta de la señora que trabaja en casa. La Pequeña, deseosa de amistades de su edad, la invitó a jugar, la nieta que visitaba la casa por primera vez, se emocionó de contar con una compañerita y le pidió a su abuela que la condujera “allá donde la niña”, cuando le señaló el sillón, la Pequeña había desaparecido.

Varias veces siento que me miran desde el cuarto de visitas, el camino de mi dormitorio a la se hace interminable, mis sentidos se agudizan involuntariamente, quiero que todo pase rápido, mis latidos se aceleran y los ojos me lagrimean, podría aparecer una sorpresa y no sabría cómo reaccionar. No sé si será la Pequeña o la mamá, el papá o el niño los que me causan ese efecto, lo cierto es que esa es su guarida. Son toda una familia, sin embargo la Pequeña es la protagonista, la más feliz.

Por referencias conocemos que cuando no hay alguien en casa o cuando la empleada está sola algunas veces se ven las sombritas de dos niños corriendo desde el cuarto de visitas hasta la biblioteca, parece que jugaran a las atrapaditas, una vez que retornan por el baño de ese dormitorio, murmuran y se ríen contenidamente procurando no ser escuchados.

La Pequeña también aparecía en nuestros sueños como intentando decirnos algo, pero nunca lo había logrado, hasta que mi difunto tío, que es otro de los moradores, se le apareció a la empleada, mientras dormía presentando a la niña como una amiga que vivía entre nosotros, se despidió haciendo la recomendación de ofrecerle vasos de leche, que eso le encantaba. Nunca le hemos dejado un vaso lleno por miedo a las hormigas, pero la leche es infaltable en casa y todos consumimos buenas cantidades, de alguna manera supongo que eso compensa.

Siempre la he visto de noche en sueños, tengo terror de verla en vivo, pero ternura de imaginarla saltando en el día, alumbrada por los tragaluces aéreos, dando vueltas y vueltas, mientras su hermanito la observa tímidamente encogido, desde una esquina. Ella, siempre bien arregladita, con su vestido crema de flecos y flores, sus zapatitos de charol y las medias pantys, algo así como una niña de inicios de siglo XX. Sus dos moños castaños suben y bajan por su rostro, alborotando su sonrisa, su cara blanca como la leche se sonroja, mientras sus dos ojos caramelo vibran en éxtasis. Intempestivamente deja todo de lado recordando que tiene sed, de la nada mi tío aparece trayendo un vaso de leche helada, ella le sonríe y lo seca, quedándole un bigotito blanco, enseguida vuelve a revoletear, esta vez invitando a su hermanito, este reticente al inicio, acepta y juntos danzan y corretean, ríen como si jugaran en campo abierto hasta que caen extendidos y exhaustos en la zona oscura, la del cuarto de visitas. El bullicio ha pasado, se sienten giros en la cerradura de la puerta principal e ingresa cualquiera de nosotros ocupados en nuestros asuntos del mundo real.

Iquitos, 29 de setiembre 2010

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Humberto Saldarriaga

domingo, 8 de mayo de 2011

una tarde en Los Órganos

Terminadas la sobremesa y la siesta de rigor,
La vida sin presión me conducía hacia la playa,
Seleccionaba la música del instinto
Y me disfrazaba quitándome algunas ropas.
Mi piel blanca resplandecía
Y de algunos ángulos se veía dorada,
Me sentía hijo del Sol,
Abría los brazos extasiado
Y proseguía el camino largo y curvo.
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Escuchar canciones mirando el mar
Se convertía en la mejor forma para alucinar
Y dejarme llevar hacia recuerdos suaves,
Hacia ideas frescas, prometedoras.
Los matices de colores, los paisajes, las actividades y las rutinas playeras,
Todos sincronizaban como un eje armonioso.
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Por fin llegaba a la Punta
Allí donde los surfistas corrían tabla
Allí donde la playa era genial para bañarse
Allí donde saludaba a mucha gente y
Contemplaba a decenas de turistas excitados por la belleza del lugar
Me sentaba y meditaba , dibujando los pensamientos de mi subconsciente
O escribiendo poesías en cuadernos de dibujo,
Mientras otros encontraban placer en el agua y
Donde todos éramos cómplices del sol.
Esas tardes eran un privilegio,
Esas tardes son las que extraño.
Iquitos, 23 de abril de 2011

"Me quedé dormido"(relatos)

Cuando observaba a Marlene era como contemplar al mar, ambos son majestuosos, impredecibles, son universos cambiantes, a veces pacíficos, llenos de sol, exóticos, cordiales; a veces fríos, tormentosos, opacos, peligrosos y rebeldes. Todos la conocían como Mar, quizás por economía de palabras, pero también subconscientemente por la comparación descrita. Aunque siempre estuviera oscilando en comportamientos que la hacían parecer una loca, nunca dejaba de ser bella. Me atraía verla caminar desenfada, vestida de negro, moviendo la cabeza de lado a lado, su inmensa cabellera, greñuda, pelirroja, ensortijada dejaba ver los audífonos con los que se absorbía en la atmósfera de algún ritmo, así fue como la crucé por primera vez en el centro de Piura cuando se detuvo con su hermano a comprar hamburguesas, mientras yo deambulaba para no sumergirme en la angustia de vivir solo y sin empleo. Vestía un faldón y una blusa apretada, calzaba unas zapatillas All Star algo sucias. Parecía una underground, me llamó la atención por lo difícil que era ver a una underground bonita y de procedencia fina, sobretodo en una ciudad-pueblo como Piura. Mi amigo con el que caminaba hizo una mueca de asco al pasarla y me miró como para compartir su opinión, pero yo estaba absorto. Tiempo después la conocería en una fiesta, y no de rock precisamente, sino en el cumpleaños de su primo, ella fue el lunar de esa noche y yo fui su sombra, me olvidé del resto y descubrí que compartía muchas aficiones que el resto de asistentes ignoraba, como la literatura, el cine y la música. Esa coincidencia me era suficiente como para que el gusto pasara a ser una ilusión, ensayé varios halagos disimulados, pero ella fue inteligente y contundente al decirme: “escucha: esta canción me la dedicó mi ex novia”.

En lo que a mi respecta, siempre he sido un cazador, constantemente al acecho de nuevas presas, sin embargo, por la época en que conocí a Mar, la caza escaseaba y si la caza escasea, simplemente uno debe haber guardado pan para mayo y quedarse tranquilo, a la espera de mejores tiempos, pues emplees lo que emplees solo significaría derroches de energía. Felizmente tenía “panes” que me visitaban cuando lo solicitaba, pero me urgía “mejorar el rancho”, pues lo que disponía eran los rezagos de mi buena época. Recientemente había tenido algunas ilusiones que me habían hecho endurecer mi predisposición hacia el amor. Muchas veces pensé que estaba predestinado a andar errante y solitario. Cuando Mar me dio a entender que era lesbiana me golpeó la realidad, el cosquilleo en mi pecho desapareció y afirmé en mi cerebro que continuaría errante y solitario como siempre lo he sido. Sin embargo, me llevé la impresión de que ella no era la activa, sino la pasiva y eso significaba una ligera esperanza.

Un día, luego de frecuentarnos varias veces, de insistir en que ella no podía ser lesbiana y de escuchar los ruegos de su ex novia que le pedía volver a Lima, nos llegamos a besar, mirando las estrellas, escuchando música a las 5 de la mañana, tirados en la pista del condominio donde ella vivía con sus padres.

Besarla de esa manera fue sorpresivo. Esa noche yo había organizado un concierto de hip hop al que asistió con sus amigos, yo estuve avocado a lo mío y le perdí el rastro. Horas después coincidiríamos en las inmediaciones del grifo Mega, donde todos los piuranos jóvenes se juntaban a beber. Mar me ganaba tomando y cada vez que se picada cantaba a voz en cuello, cerrando los ojos. Algunos le seguían en coro, otros soltaban risas de burla disimulada, siempre lo hacía de forma lastimera. Luego recapacitaba y se iba sola caminando hasta su casa. Cuando nos cruzamos me hizo un comentario sobre mi indiferencia, y de por qué ya no la visitaba. Cerca de las 4 de la mañana recibí su llamada, no podía dormir, necesitaba hablar, estaba deprimida. Yo tampoco conseguía el sueño, así que me levanté y tomé un mototaxi hasta su casa. La encontré echada y con algunas lágrimas en los ojos, me invitó a acostarme a su lado. Tenía sus audífonos, esos que resaltaban entre su espesa melena. Momentos después no parábamos de reír con nuestras ocurrencias y por largos momentos nos quedábamos callados escuchando las músicas que posteriormente conformarían la banda sonora de mi vida por algún tiempo.

Al otro día, quedamos en que ella me visitaría, lucía un look hippie, lleno de energía con sus jeans acampanados, la blusa floreada apretada hacía resaltar sus caderas, sus pies estaban limpios y bien cuidados, eso me encantaba de una mujer. Parecía una actriz de cine con sus lentes ray ban modelo aviador, yo me sentía raro al verla, me puse nervioso. Nos saludamos observando alrededor, era mágico ser los únicos en la avenida, no había carros, no había gente, así que aprovechamos en darnos un beso rápido y sensual en los labios.

Conversamos varias horas en mi cuarto y escuchamos música. Como en un sound system, decíamos “apuesto a que no tienes esta”, y así turno tras turno nos dejábamos mensajes tácitos de lo que queríamos decirnos. Le enseñé mis pinturas, mi colección de películas, ella compartía las mismas aficiones, su ex enamorada era una pintora conocida en Lima. Al anochecer, miro su reloj y excusó que era tarde. Tenía razón, habían pasado las horas y yo no había hecho nada, a veces, es necesario ser sutil cuando la situación lo amerita, acá debía ir despacio para darle espacio a que ella mostrara su lado activo, sin embargo estaba desesperado, su piel blanca que bordeaba los escotes me excitaba, mi short parecía una carpa de circo. Yo cedía en esta batalla, pues cada vez que avanzaba ella recordaba lo horrible que habían sido sus experiencias con chicos, desde su primer enamorado contrario a lo vivido con las chicas, sobre todo con Andrea, con la que había durado 3 años. Hacía 5 que no había besado a alguien del otro sexo. Torpemente, mostré que no estaba siendo estratégico, pues no fui sutil y pregunté: “después de todo ese tiempazo, ¿yo soy el primero?” Ella se rio y admitió. Yo me sentí feliz de reconvertir a una lesbiana. La mayoría de veces he tenido reparos de coger a una chica de la mano, sin embargo con Mar no me sucedía eso.

Cuando mi boca llegó a su ombligo, ella comenzó a sacudirse, y todos los “no” que había recibido parecían esfumarse. Tenía un calzón bastante sexy, su monte de Venus no presentaba maleza, lo miré y me provocó besarlo. Hicimos el amor. Me vine rápido, justo después que me dijo que lo hacía rico. Yo quería otro más, pero ella tenía un compromiso familiar y ya estaba retrasada. Mi corazón quedó latiendo en su pecho. El preservativo chorreaba su contenido por el suelo, pues no me levanté para ir al baño a botarlo, quería quedarme y sentir lo suave de su piel. Ella tenía la voz gruesa, decía malas palabras y le gustaba jugarse de manos, pero era sexy, desnuda presentaba de manera exuberante todas sus curvas y caídas. Me resultó tierno ese momento, sentía sinceridad en el ambiente, callados nos mantuvimos durante algunas canciones, yo hacía nudos con su pelo.

Horas más tarde ella cantaba a voz en cuello, en la rueda conformada por amigos en común, la estación de servicios donde medio Piura tomaba era su lugar preferido. Me sentía seguro y feliz de estar con ella. No me interesaba si realizaba papelones en público, total yo también los hacía. Estuvimos de la mano y la noche avanzaba entre cervezas y ron, las músicas sonaban en diferentes ritmos, todas a volúmenes altos, desde varios frentes, la mayoría de carros tenía sus compuertas abiertas. En un momento determinado se sumaron otros amigos al grupo, uno de ellos se acercó, y me dijo, “brother, Mar está buena, parece media ahombrada, pero está como para meterle fierro toda la noche”. Sentí celos, disimuladamente ejercité mi hombría respondiéndole: “Yo me la caché hoy, es polvaso” En toda la frase, sentí como alfileres que inconaron mi espalda, volteé y ella dejó de mirarme, disimuladamente le hizo la conversa a otros amigos que estaban cerca de ella. Yo seguí actuando como si nada hubiera pasado. Minutos más tarde nos pasearíamos de la mano, pero cuando le dije para irnos a dormir, expresó su resentimiento reclamándome “Si quieres follar, consíguete tu perra, nunca pensé que hablaras así de mi, eres igual a toda la mierda de huevones que he conocido” Tenía razón, había sido un craso error, el mío. Me sentí predestinado a cagarla siempre con las chicas de las que me ilusionaba. Mis perlas iban desde frases desatinas, infidelidades, hacerlas esperar, plantones, etc… Era una cagada y en mis 25 años no me explicaba por qué mi cerebro hacía estos lapsus cuando todo iba bien.

Le hablaba por el Messenger y no me contestaba, fui a su casa bajo pretexto de pedir mis películas y salió la empleada a entregármelas, cuando coincidíamos en reuniones le buscaba la conversación, ella respondía amablemente, pero de forma monosilábica y cuando le tocaba el tema me objetaba cortante: “No tenemos nada de qué hablar, todo está cerrado entre nosotros, tú sigue con lo tuyo, yo con lo mío” Poco después la vi saliendo con un chico, luego con otro. Mi insomnio aumentó, me malhumoraba por cualquier cosa, a veces iba al grifo o a las discotecas, me tomaba una o dos cervezas y regresaba a dormir sin sueño o simplemente pasaba el rato observándola disimuladamente desde lejos. Me torturaba escuchando las canciones que le gustaban, me la imaginaba lastimera cantándolas con los ojos cerrados, moviendo la melena y haciendo el salud con la botella de cerveza.

Mar se fue a Lima por unos meses. Durante su estadía por la capital volvimos a conversar, pero lo hecho, hecho está. Andrea le pedía volver a gritos, ella lo dudaba, aún la amaba, me parecía increíble estar luchando el amor de una mujer contra una mujer. Finalmente gané esa batalla. Pedí perdón y me prometí no volver a ser tan estúpido. “Es la única oportunidad que te daré, no la cagues”, sentenció.

Me quedé dormido
Ya habíamos salido al cine juntos, a unos conciertos y a comer, su madre me trataba bien, al papá se le veía muy poco, aunque siempre resultó amable. Por si fuera poco un buen amigo mío comenzó a salir con su hermana mayor. Nos convertimos en un cuarteto para todos lados y yo seguía sumando puntos a favor, a veces nos tomábamos de las manos, a veces nos dábamos piquitos en público, nos sentíamos más cómodos, como si nos conociéramos de años, pero eso sí, nada de sexo, estaba castigado. Pasaron las semanas y un sábado había un evento en una discoteca. Decidimos ir. Cuando la fui a recoger, Mar estaba vestida lo más extravagante posible: llevaba un chuyo, al parecer hecho con sus medias, su faldón negro, el mismo de que cuando la vi por primera vez, también lucía sus viejas All Star, lo único que era apropiado era su blusa blanca pegada al cuerpo. En sí, la combinación no se le veía mal, había música y estilo en ella. Si Mar fuera un género musical sería grunge. Yo no soy formal para vestirme, pero ese día pasaba piola con una camisa a cuadros, un pantalón dril y unos botines CAT.

Llegamos solos y como es costumbre en Piura, los asistentes que estaban sentados en las mesas voltearon, hablaron entre ellos, daban a entender que comentaban sobre la nueva pareja que éramos y sobre nuestra forma de vestir: desentonábamos con el mar de camisas, pantalones, vestidos y zapatos que nos rodeaba. No me importaba lo que pensaran, estaba contento.

Reunidos en grupo, todos hicimos muchos saludes, mezclamos tragos, nos dejamos llevar por el ritmo de la fiesta. A las 8 de la mañana debía viajar a Sullana para un proyecto documental al que me querían contratar. O sea la iba a hacer de amanecida, pues si intentaba dormir, lo más probable era que no despertara a tiempo. No me podía exceder con los tragos, pero hacía rato que había transgredido la línea del “hasta ahí debo”. Cerca de las 5 de la mañana nos fuimos al grifo donde medio Piura continuaba la diversión. Nuestros amigos se fueron yendo y nos quedamos solos. Ya un poco picado insistí en ir a mi cuarto “para conversar no más”. Por supuesto, con la calle que Mar tenía, no me la creyó. Así que cada trago de cerveza significaba una excusa diferente persiguiendo el mismo objetivo. Al fin, advirtió. “Acepto conversar contigo porque quiero contarte mis cosas, nada más”.

Llegamos con un six pack de cervezas a mi habitación. Yo no tomaba tanto como Mar, hacía rato que sentía mi barriga llena y un amargo en la garganta. Me pasé el halls que había dejado olvidado antes de salir. Una vez echados, me puse “enfermo”, no estaba respetando la regla, quería hacerle el amor. Ella realmente me quería contar sus cosas, explicarme su bipolaridad, su lesbianismo, por qué el mundo era una mierda, por qué se quería largar de Piura, cómo eran los problemas en su familia. Sentía que Mar en algunos casos era una rebelde sin causa y exageraba, también intuía que iba ganando su confianza, pero la situación no estaba para cantar victoria aún. De esta manera, reformulé mi estrategia de cama y dejé de lado la idea de hacerle el amor. El sol ya estaba saliendo. Mar se había acabado dos cervezas, entraba a la tercera y yo iba por la mitad de la primera. “Chupa huevón”, me dijo. Sorbí un trago y sentí cómo pasaba al siguiente síntoma de mi ebriedad: el sueño. Ella me hablaba, y a mí se me cerraban los ojos. “Ey, te estoy hablando” y yo volvía a abrirlos. Así pasó varias veces hasta que no reaccioné más. Lo último que me acuerdo es que me subí encima de ella para evitar el sueño. Yo me había quedado en bóxer, uno de esos matapasiones que me iban desde el ombligo hasta la rodilla. Arriba de Mar me desparramé y no recuerdo más. Al despertar, tenía fiebre, el sol había madurado, la cabeza me explotaba. Sentí botones que me apretaban, estaba vestido con camisa y pantalón. Cogí mi celular y creo que la fiebre me aumentó de la impresión, era las 3 de la tarde. Supuestamente, a esa hora pensaba volver de Sullana. Grité “Mierda”, pero casi ni se escuchó, estaba ronco. Tenía más de 20 llamadas perdidas de la empresa que me había encargado el proyecto. Me paré para orinar y encontré una nota: “Olvídate de mí, fue la última vez”. Al costado todas las cervezas estaban vacías y varias colillas por el suelo. Había perdido trabajo, amor y salud de manera irresponsable, me sentí muy mal, vomité, reflexioné con cargo de conciencia y me quedé dormido. Al despertar ya era de noche, salí a comprar un agua al grifo de los piuranos que quedaba a una cuadra de mi pensión. Estaba vacío, así como yo me sentía. Poco después, me mudé de Piura por motivos laborales y ella regresó a su natal Lima, Mar volvió al lesbianismo, Andrea al final me ganó la guerra y yo continué errando de mujer en mujer, convenciéndome que estoy predestinado a la eterna soltería.

Iquitos, 16 de marzo de 2011

lunes, 22 de febrero de 2010

Versos sobre Cecilia

Tormenta de ideas

Cecilia es un mundo de percepciones que distingue sabores en el hielo y descifra intenciones escondidas.
Cecilia avanza lentamente, siempre a la defensiva. Se escuda con un aura amarilla cuyos bordes son el deleite de almas en pena y seres queridos fallecidos.
Cuando yo nací, se sacrificó buena parte de Cecilia. Hubo un cambio de perspectiva: pasión por el trabajo para afrontar la vida.
Cecilia habla cuando duerme, calla cuando sueña y observa cuando vive.
Cecilia aún se siente niña, pero se le va la vida con la costumbre acentuada y la esperanza aún viva…

Conclusión
Hoy como todos los días, Cecilia llegará cansada de la rutina, mirando a los costados, cerrando todas las puertas, poniéndose su bata, encenderá la tele y se quedará dormida, con el dolor en el pecho que le produce la esperanza aún viva.

Iquitos, 16 de febrero, 2010

domingo, 3 de enero de 2010

"Sexo con terror: Nena en dos anécdotas"

En una noche de su desenfrenada vida, Nena conoció un chico en una discoteca. La música fluía, el extraño le bailaba. Sus miradas hicieron magneto. Cerró los ojos. Le besaron el cuello. Luego, beberían cerveza, vodka y tequila, no se pronunció ninguna palabra, bastó el lenguaje corporal.
Perdida en el trajín de la madrugada, Nena intentó razonar cuando su DNI chocó violentamente con una de sus fosas nasales. A pesar de ser una chica muy liberal, se hacía muchos cuestionamientos morales, luego de inhalar algo de cocaína, por eso muy pocas veces lo hacía. Eso sí, las veces que se parchaba, siempre el polvo ingresaba por igual a ambas cavidades nasales, así que si al otro día habría conflictos morales, en ese momento se generaba la oportunidad de decir: si te vas a perder, piérdete bien hoy, mañana ya se verá. Avalada por esta lógica, levantó el dni y complementó el trabajo.

Había trasgredido una regla muy importante en su permisividad: nunca parcharse con extraños, ni en sitios desolados. Ya no estaban en la discoteca, pero sí muy cerca. Se escuchaba el sonido típico del fin de semana citadino. Nena saboreó con agrado la corbata amarga que se le formó. El polvo no había raspado. El agarró otro falso y se lo terminó en un santiamén. Se besaron, ni se dieron cuenta de sus labios secos y de su aliento caliente, pesado. Se tocaron, se arrinconaron, sintieron a sus sexos reclamando por sus derechos. Nena enceguecida por la pasión que encendía un dedo ajeno debajo de su falda, no resistió. Ella muy open mind decidió el espacio de la aventura: su departamento. Era una mujer independiente y le gustaba llevar los pantalones.

Ni bien llegaron, continuaron aspirando, ella una línea por fosa nasal, él otro falso entero en un santiamén. Se acabaron el pisco que quedaba en una mesa, bebieron dos vasos, mientras jugaban con sus sexos. El chico se llenó la boca de licor y le lambió despacio la vagina, esparciendo el líquido por los labios rasurados y por la cavidad lubricada. A Nena le ardió ciegamente, pero la excitó salvajemente. Se le trepó encima y comenzaron a hacer el amor desenfrenadamente. A los minutos Nena ya se había venido. Pasado el efecto del placer, se comenzó a arrepentir de su error, lo estaban haciendo sin condón. Ni siquiera se habían pedido cuidarse. Estaba en sus días fértiles, de todas formas su consuelo era tomar una pastilla del día siguiente. Nena nunca pudo precisar la cara de su pareja, sólo le interesaba cómo la tocaba.

Cuando lo conoció, ella ya estaba con la suerte echada para cualquiera. Pensó en detener el acto para pedirle que se protegiera. Era necesario, aunque fuera tarde. Sin embargo, le compadeció el frenesí con el que la movían, parecía que su pareja hubiera estado en un barco de carga aislado por meses. Sin embargo, le alertó que mientras a ella aún le latía el corazón de excitación, al pata del que ni siquiera sabía su nombre ni se le sentían los latidos. Era contradictorio. Conforme reparó en ello, los detalles adicionales que alimentaban una lógica de suspenso y terror comenzaron a aparecer uno tras otro: su piel era gélida como si no tuviera sangre, escamosa como la de la serpiente, los vellos eran más tupidos sobre todo en los brazos, pecho, piernas y espalda. Su larga cabellera salvajr, greñuda, opaca le tapaba el rostro.

Él aún no terminaba, pedía más intensidad poniendo a prueba la resistencia de Nena: “Voltéate que te toca rico por atrás” Lo dijo de manera áspera, grave, hueca, pero sobretodo, excitada. Parecía voz de pesadilla, cuando después de intentar decir una frase en mucho rato, por fin lo logras.

Nena acostumbrada a no recibir órdenes, se quiso burlar, sin embargo se detuvo por una corazonada que no precisaba motivo. Sintió miedo. Obedeció. Sólo le alcanzó a ver un pene larguísimo y flaco, venudo y blanco como piel de muerto. No era la primera vez que Nena tenía sexo anal, así que no le fue difícil que esa tremenda cosa le entrara, además en esos casos, según me diría riéndose tiempo después, importa más el grosor. Aún así, sintió un palo helado que le removió las entrañas. Un olor a azufre comenzó a invadir el ambiente incentivándole las ganas de vomitar. Los efectos del alcohol y la coca, le bajaban al estómago. Miró a la pared para pensar en otra cosa que no fuera su organismo, pues tampoco quería pasar un momento bochornoso con el desconocido. Deseaba parar el asunto y decirle que se fuera, pero le faltaba valor. Él aún no había terminado su primer round, parecía que ya llegaba desde hacía buen rato. Ella se sentía atrapada en su propia casa, trató de respirar más profundo. Otra corazonada mayor hizo apretar lo que estaba dilatando: en la pared, la sombra terrible parecía abarcar todo, se perfilaba cadavérica. El sexo se volvió más violento.

En el climax de la contranatura, el extraño movía su melena a ritmo desaforado, desafinado, in creciente, le bajaba hasta la cintura. Sus manos parecían garras y a Nena le hacían daño en la espalda. Sintió dolor, dolor intenso, la sangre le comenzó a bajar hasta la boca del ano. El semen llenó el conducto, le hervía, le ardía. El calor era bochornoso. El endemoniado comenzó a reírse, carcajeó ciegamente. Sus dientes se dibujaron prominentes en la pared. Él no separó su cuerpo, los dos juntos formaron una bestia a la luz de la mesa de noche. Nena no aguantó, no recordó más.

Cuando Nena despertó, el sol de la tarde la fatigaba, le dolía agudamente la cabeza y el cuerpo le pesaba adolorido. Estaba vestida con la ropa de la noche anterior y tapada en su cama, el cuarto ordenado, la puerta cerrada. Después de mucho cavilar si tenía el valor de levantarse o no, después de observar la nada en la imagen de los objetos que la rodeaban y después de tratar de recordar sin mucho éxito, todo el encadenamiento de sucesos acaecidos, Nena se paró para ir al baño y en su mesa comedor encontró una nota que decía “Gracias” Nada más. Aún en algunas partes olía ligeramente a azufre. Su sudor, el olor a licor y el cigarro impregnados en su ropa, la marearon más. Cayó pesadamente en el inodoro. Por un momento no supo por qué cavidad saldrían primero los desechos. Nunca le dolió el ano al defecar, pero sí le pesó varios días la presión baja y el cargo de conciencia.

La noche que me lo contó, aún prometía para la diversión sabatina. Ella había llegado de vacaciones a Los Órganos, donde yo vivía. La había conocido porque era prima de unos amigos. La madrugada brillaba con la luna llena, regresábamos a la discoteca. El lugar quedaba mirando al mar. Lo que le acababa de suceder conmigo era su segunda historia rara. Habíamos abandonado el hostal más de fuerzas que de ganas. Para complacer nuestros apetitos insatisfechos, quedamos en experimentar en la playa, luego de unos tragos en la disco. Yo aparentaba tranquilidad, pero llevaba un peso angustiante en el pecho. A pesar de la luna llena, la playa era oscura. Yo que vivía allí, siempre había escuchado historias de almas en pena que paseaban en la orilla, de gemidos, voces y susurros sin dueño. ¿Podría más nuestra arrechura?
La aventura de Nena con el coquero desconocido y la vivencia del hostal de 15 soles, prácticamente me habían dejado sin ganas de nada. Y es que mientras nos acariciábamos, concentrados el uno en el otro, con los ojos cerrados, desde el baño se oyeron sollozos. Primero no le di importancia, pero con la persistencia precisé que eran de niño. Se me bajó todo mi orgullo masculino y se erizaron mis prominentes vellos. Dejamos de hacerlo para escuchar mejor. Nos abrazamos de temor, comenzamos a hacer bulla para darnos valor. Los sollozos continuaban sin variantes de ritmo o volumen. Por fin vimos un interruptor. Encendimos la mesa de noche y poco a poco todas las luces posibles. Hicimos esa faena juntos, agarrándonos de la mano. A unos metros del baño, la bulla desapareció. Se tornó un silencio inquietante. Encendimos la luz del baño, lo recorrimos y nadie. Dejamos prendido ese foco. “¿Tú también lo escuchaste?” “¿Por qué crees que se me bajó todo?” Nos carcajeamos. Todo volvió a la normalidad.

De nuevo los besos, las caricias, el sexo oral, los dedos subían y bajaban mecánicamente, de pronto éramos sólo carne, huesos y ganas juntos. Jugué con mi sexo alrededor del suyo, se excitó y me imploró que se lo hiciera. Yo le respondí, “pero deja de decirme, chibolo,” “ya, está bien, está bien, ya no eres ningún chibolo, métela ya” A decir verdad, yo tenía 19 y ella 29. De a pocos iba profundizando mi placer en esa cavidad cálida, deseosa de visita. Hacía calor. El interruptor del ventilador estaba lejos del alcance de mis manos, mis ganas concupiscentes vencían la necesidad de aire fresco. Sin embargo, la puerta del baño se empezó a mover como si el viento la soplara ligeramente, sus visagras viejas orquestaron la música ideal de una noche de terror. Luego, una uñas comenzaron a raspar la puerta. La intensidad era constante, el volumen era el preciso como para identificar el sonido como nítido. ¿serían ratas? Se me volvió a bajar todo. Poco después de llenarnos de valor, monté en cólera, embrutecido, encendí bruscamente todas las luces y le ordené a Nena que me la chupara. Ella rió nerviosa, le bajé con mi mano la cabeza, se asustó de mi instinto cortante y obedeció. Mientras estaba parado, y ella en cuclillas con los ojos cerrados, toda mi piel se erizó como si alguien invisible estuviera detrás de mí. El silencio era estresante, demasiada calma, sólo la lengua de Nena emitía sonidos. Hablé fuerte para darme valor, ella habló fuerte para darse valor. No estábamos concentrados en lo nuestro. Con la piel erizada fui el primero en rendirme. Antes de retirarnos pateé la puerta del baño y gran puteé el cuarto, me puse rojo de cólera. Nena me calmó.

Ahora, después de muchos años, pienso ¿qué será de Nena? Dicen que sólo la primera y la última vez se recuerdan. Quizás, en Nena podría aplicarse el dicho. “la excepción confirma la regla” o quizás las anécdotas de este tipo hayan sido la primera y la última de su historial amoroso.

Iquitos, 24 de diciembre de 2009

viernes, 27 de noviembre de 2009

Hipótesis producto de la ociosidad y de conversaciones existencialistas

Tengo una hipótesis, sobre el destino y nuestro camino en la vida.

La armonía y la lógica de la naturaleza nos hacen pensar que todo está escrito en esta vida. Sin embargo, nosotros somos los que transformamos lo creado, somos autores y dueños de nuestras acciones.

Se sabe que el mundo social gira en millones de direcciones distintas porque somos miles de millones de seres singulares. En esa constante se seguirá girando hasta que nuestro peso desequilibre a la Tierra y nos perdamos en el infinito, pero eso es otro tema. A lo que iba es que el mundo es una constante de unión y desunión de gente desconocida o conocida. Esta constante, primero fortalece las acciones hasta volverlas costumbre, pero pasado el tiempo, el hombre que es un ser cambiante, se aburre y la misma constante promueve el cambio. El motor del mundo siempre ha funcionado así desde su inicio y sin parar, aunque actualmente ese motor sea un caos, esté recalentado y sobrepoblado, sigue funcionando.

En ese sentido, las casualidades de la vida adquieren lógica, pero como entre lógica y casualidad no hay química, cuando se juntan, producen confusión, pues generan las más variopinta gama de matices, y de allí muchos pensamos en que nuestras vidas tienen un inicio y un final conocidos por algún ser omnipotente que nos maneja como marionetas. Pero si fuera así, no existieran las maldades en este mundo, pues este ser nos creó con todas sus fuerzas y se demoró mucho tiempo en hacer todo armonioso y a nosotros nos hizo a su imagen y semejanza. Ese ser no toleraría, el asesinato de una criatura que es su imagen y semejanza, realizado por alguien que a su vez es su imagen y semejanza y encima manipulados por él mismo.

Nuestra vida se alimenta de lo mágico y la lógica, que como reitero son dos polos opuestos, nunca han congeniado, una le agua la fiesta al otro y el otro prefiere ignorarla por aburrida, pero para que exista esta conclusión se supone que entre ellas siempre hay situaciones en las que se enfrentan, en una de aquellas situaciones, me encontré mirando aburrido el techo de mi cuarto, pensando en nada, encontrando dilemas propios de la ociosidad de un domingo, mientras me moría de sed, me percaté que las líneas de mis manos eran más notorias y estaban llenas de nudos, era como ver la selva imponente, inundada de riachuelos que se divisan desde el avión. ¿Una casualidad o estaba escrito en mi destino que debía mirarme las manos, luego de aburrirme con el techo de mi casa? Para concluir lo siguiente tuve que ir al baño y llenarme la boca de agua. Sin sed se piensa mejor.

Dicen que el agua es vida, pues está acostumbrada a fluir en tiempo y espacio, sino se abomba. Entonces, si el agua es vida, ¿cuál es el rumbo de nuestras vidas? ¿Alguien todopoderoso conocerá nuestro final desde un inicio o nosotros construimos nuestro destino? Acabo de perder a un familiar muy querido, fue inesperado, un hombre con proyectos, que amaba la vida, resulta difícil de creerlo, por eso las conversaciones de mi pequeña y solitaria familia, ahora versan en las casualidades, la vida, la muerte, el poder de la mente y etcétera de cuestiones existenciales, en las que aún cuando parece que llegamos a la respuesta, más dudas nacen. Acostado en mi cama, resaqueado por la noche del sábado, genero el presente dilema sobre mi futuro: ¿Podré elegir los caminos de la vida o los caminos de la vida, me absorberán, previa competencia entre ellos? Y es así que como un Dios miro la tierra desde arriba que vendría a ser mi mano derecha. Todo ese enmarañamiento de líneas circunscritas vendrían a constituir toda la vida de un solo hombre, o sea yo. Pienso, pienso y pienso, he cambiado de postura para no mirar al techo y poder concentrarme. El techo solo evocaba a la nada.

Confesándome católico, pero a la vez conociendo creencias populares que no me desagradan, pretendo esbozar una hipótesis ecléctica. Para ello te invito a mirarte una de tus manos:
Pienso que uno nace con un destino final, al que le preceden varios destinos iniciales e intermedios, los que se van eligiendo de a 1 conforme vamos avanzando en la vida, por ello la respuesta de nuestro destino, la sabremos al final de nuestras vidas. Hay macrodestinos, mira tu mano, los macrodestinos son tus líneas más pronunciadas y de mayor longitud. La vida es un sorteo, donde el premio mayor, el premio sorpresa es el destino.

Como la vida también es parecida a un juego de video de aquellos en los que cumples misiones, eres un jugador que viene al mundo con una serie de virtudes y defectos, más el peso social del contexto en el que uno se desenvuelve. Estas características influyen en las decisiones que estés tomando, nunca determinan, lo único que determina algo es la voluntad y esa la tienes tú. En ese sentido y figurativamente las líneas de la vida son como ríos que se dividen y uno tiene que escoger por cuál navegar. Todos los ríos tienen caídas, pero no importa el caer, sino cómo se aterriza, lo que involucra otra decisión. Luego de esto, aparece un nuevo horizonte, que conforme se avanza, se irá dividiendo en ríos y uno tendrá que elegir nuevamente. Así se estará durante toda una vida. Al final, uno hizo su propio destino, en base a una cantidad de destinos limitados en apariencia, pero que ofrecían tantas opciones como días tiene la vida. Hay ríos grandes, ríos pequeños, ríos apacibles y tormentosos, profundos y secos, cada segundo del recorrido de sus aguas son como los rostros que se cruzan en nuestros caminos, avanzan como el tiempo, se olvidan como el árbol número 365 que miraste (nunca supiste que era el número 365, sólo lo viste pasar vagamente y lo olvidaste), mientras cruzabas el río o se recuerdan como las anécdotas del viaje. Algunos pocos rostros, toman nombre y apellido, se quedan e influyen en nuestras decisiones. Son parte del camino elegido. Eso es lo que ofrece el caudal de la vida. Al final el río se pierde en el mar y nosotros en la vida.

Iquitos, 26 de noviembre de 2009

domingo, 27 de septiembre de 2009

"El sueño de la guanabana"

Guanábanas más, guanábanas menos venían hacia mí desde el horizonte. Guanábanas llenas de comida sin pepa, sabrosas, jugosas y robustas me impactaban dulcemente en la cara. Sus jugos bajaban lentamente hasta mi boca abierta, atónita. No me podía ver, pero si podía sentir cada parte de mi cuerpo. No podía moverme y evitar que las guanábanas me chocaran. Venían de a pocos, en cantidades variables, a velocidad constante, dando vueltas se partían conforme se acercaban hacia mí y sus refrescantes pulpas generosas me acariciaban el rostro, todo esto parecía darse como en cámara lenta, ligeramente lenta. No me preocupaba de donde venían, quién y por qué las enviaba, solo agradecía el estar viviendo tan extraño placer.

Guanábanas más, guanábanas menos me herían desde el horizonte. Ahora llegaban monstruosas, gigantescas, podridas, recién se despedazaban tras impactar con mi rostro, luego caían sus restos lentamente manchando mi ropa. En algún momento me atoré con una pepa. Mi cara se puso roja, sensible, caliente, tensa. La sal de mis lágrimas se mezcló con el jugo blanquecino y el sabor putrefacto que me bordeaban las comisuras de los labios. Quise vomitar, pero no podía, solo me daban espasmos. Era una tortura china, no podía moverme. De pronto, ya no venían varias guanábanas, sino aparecían en parejas y luego venían de a una. Hubiera preferido que llegaran en grupo. Las solitarias aumentaban cada vez más de tamaño y parecían tener espinas. Antes de perder el conocimiento por el susto, solo alcancé a ver una más grande que yo y que parecía proveniente de una violenta batalla campal entre pandilleros. Todo quedó en negro y desde el fondo apareció la palabra “guanábana”. Crecía, se ensanchaba, retumbaba y desaparecía, enseguida aparecía lejana la misma palabra en diferente color y repetía el procedimiento, aumentando el estruendo. En contados segundos, mis tímpanos colapsaron.

Verde, amarillo, rojo y negro en espiral. La siguiente imagen era la de un metalero escandinavo con la cara pintada de blanco y blandiendo un cuerno de chivo. Al costado de él, en otra imagen aparecía una bella californiana, de espalda mostrando su bikini y su piel bronceada. El sol la hacía brillar. Abrí mi ángulo visual y miles de caras me miraban al unísono provocándome paranoia. Me choqué con un anuncio que decía INHALA, más arriba posaban Jhonny Deep y Penélope Cruz. Estaba despierto, solo había tardado un poco en darme cuenta que yo había sido el autor de empapelar de tal manera mi cuarto. A pesar de la demora, todo había pasado muy rápido.

Mi cuarto estaba en un segundo piso y tenía balcón a la calle al que solo lo separaba de mi cama una mampara. Desde que desperté un sonido había acoplado mis oídos, pero fue volviéndose nítido conforme supe que estaba en mi cuarto: “!Guanábanas, guanábanas fresquitas y grandes, lleve, lleve casera, barato no más”. El anuncio mañanero del frutero se había introducido en mi subconsciente. Me reí de lo que me había pasado y salí al balcón a observarlo como publicitaba su mercancía por el altavoz, mientras las señoras y las empleadas copaban su carretilla. Horas más tarde, recorrí varias calles de Piura tratando de encontrar un refresco de guanábana natural. Estaba antojado. Solo encontré raspadilla de frutas combinada con pulpa de guanábana.

Despierto 16 horas al día por 5 días, las guanábanas fueron las protagonistas de mis pensamientos. Llegó el domingo, en la madrugada, no me aguanté, puse una muda de ropa en mi mochila y viajé de Piura a Los Órganos. Antes de partir y aún sin la luz del alba, llamé a casa de mi abuela para avisar que estaba yendo. “gordita, ¿me puedes preparar tu famoso y riquísimo refresco de guanábana?” Los adjetivos calificativos son muy poderosos. Horas más tarde, sentado en el comedor, llegó el primer vaso de refresco helado. No lo tomé en el instante. Lo analicé. Era el clásico “come y bebe,” podía oler la esencia de vainilla diluida en jugo de naranja, mientras que las pulpas despepadas de la guanábana flotaban unas y se hundían otras, como jugando. Mi abuela me había puesto una cucharita por si quería sacar los pedazos de fruta del vaso y comérmelos aparte. Saqué dos, se parecían mucho a los pedazos que acariciaban mi rostro en el sueño. Los agarré con la mano y los hice chocar contra mi cara, pero ya no era lo mismo. Me limpié con la servilleta, tomé y gocé. Los adjetivos calificativos coincidieron con la realidad.

Iquitos, 18 de agosto de 2009